Sufrimiento humano y JUAN 3:16

“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo, al unigénito,
para que todo el que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna.”


LA TENSIÓN FE - RAZÓN -  SUFRIMIENTO

Cuando nos enfrentamos a las circunstancias difíciles de la vida, nos vemos envueltos a una pregunta recurrente que ha estado durante todas las épocas en donde ha habido hombres creyentes:

¿Es posible que un Dios bueno me ame viviendo situaciones tan difíciles y de gran dolor?

¿Por qué Dios permite que yo sufra tanto si Él es amor?

Dicha pregunta - El amor de Dios frente al sufrimiento humano - se ve desafiada a cuestionamientos difíciles de explicar, produciendo una tensión entre fe y razón.

En toda la Biblia se encuentran testimonios, de una u otra manera, de esta tensión entre la fe y el sufrimiento humano.

Por ejemplo, el libro de Habacuc, “el profeta de la fe del Antiguo Testamento”, nos relata las preguntas que el mismo profeta le plantea a Dios y su libro comienza derechamente con las palabras:

Señor ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches?
(Hab.1:2 DHH)

Y prosigue preguntándose cómo el Dios verdadero, santo y eterno, puede valerse de gente mala (caldeos) para hacer justicia? (Hab.1:12 DHH).

Aun cuando Dios no le responde directamente a cada pregunta, constante que se observa aun en el libro de Job, sí le invita a la paciencia y a depositar toda la confianza en Él, diciendo:

“Los malvados son orgullosos, pero los justos vivirán por su fidelidad en Dios”. (Hab.2:4 DHH)

Otros pasajes como, el Salmo 73, Lamentaciones 3 y el final del libro de Malaquías, nos relatan la misma idea: podemos sepultar nuestra fe en Dios mirando como el malo muchas veces prospera y el justo sufre, llevándonos a la desilusión y depresión o contemplar la vida desde la perspectiva que todo está bajo el control del Dios soberano y que nos llama a confiar completamente en Él, aun en las contradicciones de la vida, porque es un Dios bueno, misericordioso, justo, santo y todopoderoso, para hacer que su salvación resplandezca sobre los que confían en Él. Llevándonos hacia la correcta mirada que el creyente debe tener: “Se acerca el día, ardiente como un horno, en que todos los orgullosos y malvados arderán… Pero para ustedes que me honran, mi justicia brillará como la luz del sol, que en sus rayos trae salud. Y ustedes saltarán de alegría como becerros que salen del establo” Mal.4:1-2 DHH.

PERSPECTIVA BÍBLICA EN JUAN 3:16

La pregunta y respuesta a esta tensión a través de la fe y la esperanza, llegan a la cima más elevada, en las propias palabras del Señor:  

“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su único Hijo,
para que cualquiera que crea en él, no perezca,
sino que tenga vida eterna.”

La realidad del carácter de Dios que Jesucristo mostró en sus hechos y palabras es: “Dios amó tanto” que “dio” al único hijo. Dicha revelación debe ser el fundamento inconmovible de la fe y confianza en un Dios bueno y perfecto. Por decirlo así, aquella expresión para el cristiano es el salvavidas,  en las situaciones más difíciles, que muestra el inmutable amor de Dios. Dicha fe debe sostenernos al enfrentar los sufrimientos “Dios me amó y lo demostró entregando lo que más amaba”. El creyente es llamado a abrazar con fe esta verdad, cuando se hunde en las tormentosas aguas de la vida: recibir el amor que Dios le ofrece a través de Jesucristo.

Las palabras de Jesús, nos presentan una asombrosa verdad que en el Antiguo Pacto no se alcanzaba a percibir en su verdadera magnitud, Dios es dadivoso: dio a su hijo para regalar vida eterna. Ante tal perfección nada puede el hombre exigir, todo es dádiva: Si Dios es amor, el amor es dádiva a quienes no lo merecen. Confiar aunque la vida duela, en que al final, su amor moverá todas las cosas para nuestro bien. Dicha fe, es un confiar convencido de esta verdad, verdad que modifica la vida bajo esta perspectiva.

Pero el creer y enraizar la vida en dicha convicción implica una responsabilidad: imitar al Dios perfecto. Como lo dijo nuestro Señor “amad a vuestro enemigos…sed pues perfectos como vuestro padre celestial es perfecto”.  Dicha perfección se expresa en ejecutar el amor a quienes no lo merecen, quienquiera que sea. La gracia de Dios ha llegado a los hombres y a su vez los hombres bajo esa gracia, son llamados a actuar a la imagen del Dios que les amó y perdonó. La perfección del carácter de Dios, implica buscar el bien, aún en aquellos que han hecho el mal y ese es el patrón, bajo el cual vive el cristiano:
La cruz de Cristo con todos los valores que implica, son el motor y camino a seguir, para todos aquellos que se llamen seguidores del Maestro.

CONFIAR COMPLETAMENTE EN EN SEÑOR
Pero no solo debemos abrazar el amor de Dios, sino también su providencia, que llevó al hijo único, con quien existía cara a cara, a la cruz del sufrimiento. El amor de Dios no excluyó a Jesucristo del dolor en esta vida, pero sí lo llevó a la gloria eterna después del calvario. El hecho de venir a sufrir a este mundo, siendo el hijo del amor de Dios, no mermo la fe de Jesucristo, por cuanto más allá del dolor, él veía el propósito de la providencia divina. Jesús al hablar con Nicodemo y relatar el pasaje en comento, nos muestra su clara perspectiva de que no vino a este mundo para ser feliz, sino para cumplir el propósito de Dios para su vida: Ir a la cruz del calvario. La mirada en el propósito final de Dios era la fuente de su fortaleza. El apóstol Pablo siguiendo esta misma línea de pensamiento, escribió

Considero que los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después” Ro.8:18.

“Para que” en el pasaje de Jn.3:16b, implica propósito: Cristo padeció con un propósito. Más allá de la realidad que logramos percibir, Dios tiene un propósito para nuestro sufrimiento. Hombres piadosos como Job, así lo entendieron y lo expresa el libro  de Job con estas palabras “En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno” Job 1:22. Dicha verdad, en boca del Apóstol Pablo fue expresada como “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” Ro. 8:28. ¡Dios tiene un propósito aunque no lo alcancemos ver! y casi se puede palpar a través de la esperanza. La vida eterna es presente y tomada por la fe, pero también es futura y disfrutada por la esperanza. La mirada en las cosas de arriba y en el propósito de Dios, “es el pie a tierra santa” que al creyente lo mantiene firme y estable.

Teniendo esta misma mirada podemos ver a Pablo y Silas en el calabozo de Filipos, orando y cantando himnos a Dios, después de haber sido azotados y con los pies asegurados en los cepos… “y los presos oían” (Hechos 16:23-40). ¿Cuántos presos hoy en día necesitan ver y oír cantar a hombres con verdadera fe en Dios aun en las circunstancias más difíciles?.  Como los apóstoles Pedro y Juan que después de haber sido azotados y haberles prohibido hablar de Jesús, se retiraron gozosos porque Dios les había concedido el honor de sufrir injurias por causa del nombre de Jesús (Hechos 5:40-41). Hombres que sólo la muerte los hizo callar, pero sus testimonios nos impulsan abrazar con absoluta fe los propósitos de Dios en esta vida.

Bajo esta mirada sólo nos queda recordar las palabras de Jesús, ante los vacilantes discípulos en la tempestad del mar de Galilea: ¡Hombres de poca fe porque dudasteis! y pedir en humilde oración ¡Señor auméntanos la fe!, esa fe que mueve montañas y nos lleva más allá de nuestra fuerzas, a lograr superar los obstáculos y desilusiones de la vida, no solos, sino con el Dios que nos enseña y acompaña y que le permitió decir al apóstol Pablo (paráfrasis personal de la carta a los Filipenses):

“Todo lo puedo fortalecido por Cristo y la fe en él, quiero sentir su poder en mí, quiero llegar a ser semejante a él, incluso  en sus padecimientos y llegar aún si fuera posible a la perfección del Cristo resucitado. Porque para mí, esto es vivir y sin Cristo no hay vida.

Puesto que la fe trae vida, la incredulidad perdición. La fe es el sentido que permite tocar aun el manto de Jesús, mirar lo que la vista no alcanza a ver, como los incrédulos fariseos, que teniendo a Dios ante sus ojos no lo alcanzaron a ver. Vivir y experimentar la realidad de las cosas espirituales, haciendo propias las grandes promesas que Dios nos ha dejado en su palabra para que nos sostengamos confiando completamente en él, como quien camina sobre las aguas, sostenido por el invisible. Encerrándonos en la soledad de la intimidad con Dios “ora a tu padre que está en secreto; y tu padre que ve en lo secreto te recompensará en público” haciendo pública tu victoria sobre las luchas, el dolor y la desilusión.


EL DESEO DEL AMOR DE DIOS

“Bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en la debilidad”

El deseo del amor de Dios es dar vida eterna y esta vida es la propia forma de existencia de Jesús, expresada en su vida y sus hechos, cuya cumbre es la cruz del calvario. Somos cortos de vista si no alcanzamos a percibir que el amor de Dios nos guía hacia la perfección de Jesús, cuyo propósito final es el premio que nos llama a recibir “ser un hijo perfecto, en comunión eterna con él y que disfruta de la gloria de Dios”, gloria que perdimos al pecar en el Edén. Desde entonces se puede oír la proclamación de los hombres fieles: “Dios nos está llamando a regresar a nuestro verdadero hogar junto a él y es su perfecto amor el que nos impulsa a obedecer”. Al igual que los grandes hombres de fe, nuestra vida debería estar centrada en el propósito de Dios y creer que todo resultará para nuestro bien último: “Llegar ser lo que Dios quiere que sea”.


LLAMADO FINAL

Finalmente, es clara la perspectiva bíblica del Nuevo Testamento que nos llama a despojarnos de todo aquello que nos aferra a este mundo y la sabiduría que proviene de él, impulsándonos a vivir bajo una premisa que parece contradictoria, pero que procede de la sabiduría divina: “Perder para ganar”. Peder la vida que atesoramos en este mundo para ganar la inconmovible vida eterna. Quienquiera que sea, pero que desee recibir la vida que Jesucristo le ofrece, deberá tomar una decisión crucial, escoger la nueva vida que Dios le quiere dar a través de Jesús o quedar atrapado bajo el amor al pecado quedando excluido del propósito de Dios, por la dureza del corazón que le hizo insensible al llamado de Dios. Aun hay tiempo para responder a ese amor:

“Porque tanto amó Dios a los hombres, que dio a su único Hijo,
para que cualquiera que confíe en Jesucristo,
no importando su condición, no sea condenado,
sino que tenga la vida eterna que Jesucristo le entrega.”
(paráfrasis Juan 3:16)